julio 29, 2021
Seguramente, alguna vez hayas escuchado que el chocolate “cura” la depresión. Nos guste o no, nuestro cerebro está programado para que el dulce nos seduzca ya que, como ocurre con los alimentos grasos, produce placer.
Científicamente esto se explica por la repercusión directa que estos alimentos tienen en los neurotransmisores de nuestro organismo: el azúcar activa la dopamina, la hormona del placer, y la serotonina, que afecta directamente a nuestro estado de ánimo. Por ello, cuando nos sentimos cansados, estresados o deprimidos corremos a nuestra despensa a conseguir esa “sensación ansiolítica” que generan esos productos cargados de azúcar.
En realidad esta dependencia se debe a que el azúcar “engaña” a nuestro sistema de recompensas: genera una sensación de felicidad repentina que, en cuánto desaparece, nos obliga a seguir consumiendo más y más para mantener este “placentero” e inducido estado de ánimo.
Pero este círculo vicioso tiene una repercusión directa a nuestra salud: el excesivo consumo de azúcar está relacionado con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, obesidad y diabetes tipo 2. Cuando consumimos carbohidratos simples (azúcar) aumenta el nivel de insulina en la sangre, el metabolismo entra en “modo ahorro” y se reduce la quema de grasas. Además, estos picos de insulina provocan que la cantidad de azúcar en sangre caiga a mínimos, lo que nos empuja a asaltar de nuevo la nevera en búsqueda de ese azúcar que calme nuestra ansia y paliar los “ataques de hambre”. (Aquí te contamos las enfermedades asociadas a las bebidas azúcaradas)
Edulcorantes artificiales: ¿peor el remedio que la enfermedad?
Cada vez hay más evidencias de los efectos nocivos que provoca el consumo excesivo de azúcar. Esta advertencia está dando lugar a la irrupción de una gran cantidad de edulcorantes sintéticos que, aunque no aportan calorías ni hidratos, son potencialmente más dulces que la sacarosa y cuyos efectos en nuestro organismo, en la mayoría de los casos, aún se desconocen.
La industria alimentaria se ha subido al carro de las versiones “zero azúcar” y los lineales de los supermercados se han inundado de versiones light o "zero azúcar" para dar una respuesta a unos consumidores cada vez más concienciados por la salud. Pero, ¿son realmente mejores?
Te contamos algo más sobre los más comunes:
Aunque estos aditivos no aporten calorías, su composición y efectos no parecen una alternativa mucho mejor que el azúcar. Además, diversos estudios señalan que pueden desembocar en un efecto contrario: su capacidad para endulzar en proporciones bastante superiores al azúcar genera desequilibrio en el sistema de recompensa del cerebro y un desbarajuste en nuestro organismo, que es incapaz de estimar que cantidad de calorías hemos ingerido.
Como conclusión, lo verdaderamente saludable es recuperar el verdadero sabor de los alimentos. Debemos disminuir el umbral de dulzor al que la industria alimentaria nos ha acostumbrado, optando por productos “reales”, sin azúcares añadidos, que no engañen a nuestro cerebro con una falsa “sensación de felicidad”. Que la alimentación real y sana sea la mejor recompensa diaria para nuestra salud.
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